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Graval Road 2025: Ultradistancia en carretera con esencia gravel

Tras varios años acumulando experiencia con el proyecto Graval en su formato gravel, este 2025 ha llegado el momento de llevar a cabo su primera edición en la disciplina de carretera. Los organizadores de este gran evento de ultradistancia, diseñaron un impresionante recorrido de 600 kilómetros, integros por asfalto, que prometía mantener la esencia más auténtica de sus eventos off-road.

Atraídos por la distancia y por la zona, desconocida para nosotros, nos aventuramos en formar parte de este primer Graval Road y de poner, una vez más, el cuerpo a prueba en la modalidad de larga distancia.

Una mañana sin amanecer

El viernes 2 de mayo a las 5:00 de la mañana empezamos a dar pedales desde el Palacio de la Música de Valencia en dirección al Parque Natural de l’Albufera. Los primeros 30 kilómetros fueron totalmente llanos, en plena noche y con algún tímido aviso de lluvia que finalmente quedaba en cuatro gotas. Rodamos en grupo y, aunque el ritmo estaba siendo un poco alto para algunos, nos esforzamos por mantenernos a rueda al menos hasta salir de l’Albufera. El objetivo era ahorrar el máximo de energia y dejar atrás el viento que, a ratos de costado y a ratos de cara, nos estaba golpeando por esta zona.

Una vez superamos la laguna y, ahora sí, dejando que el primer grupo siguiera su marcha, era el momento de empezar a poner nuestro propio ritmo. Tras pasar por varias localidades empezaba un terreno ligeramente ascendente que nos iba haciendo entrar en calor para lo que venía: el primer encadenado con los puertos de Balcón de Montroy y Fuente Real. Dos puertos asequibles en los que la lluvia y la niebla hicieron acto de presencia para quitar protagonismo al esperado amanecer.

Tras coronar, empezó un descenso que, pasando por Dos Aguas y siguiendo en dirección Millares, nos llevó al desvío hacia Otonel; una carretera en la que la espectacularidad de los paisajes subía varios niveles, recorriendo preciosos acantilados y cañones creados por el río Júcar que ayudaban a no pensar mucho en la pendiente que, por momentos, alcanzaba las dos cifras.

Una vez que pasamos por Otonel y terminamos de subir las últimas rampas, solo quedaba dejarnos caer hasta Cortes de Pallás, el primer punto de control. Situado en el kilómetro 109, era una parada perfecta para comer algo antes de continuar. Aquí coincidimos con varios participantes más que ya empezaban a coger su sitio y ritmo, y con los que seguiríamos coincidiendo durante el resto de la ruta.

Salimos de Cortes de Pallás con el estómago lleno y con un bocadillo extra de jamón en el bolsillo intuyendo que los próximos kilómetros iban a ser más lentos de lo normal, pues ya en el pueblo empezaban las duras rampas para subir a la Muela de Cortes. Unos 5 kilómetros al 7% que daban paso a otros 15 kilómetros de ascenso suave en los que la niebla y la lluvia nos volvieron a absorber durante algo más de una hora. Por suerte, la temperatura estaba siendo agradable y, a pesar de ir empapados, los ánimos seguían bien altos, más aún durante el descenso en el que las nubes quedaban atrás.

Nos acercamos al Alto de Alcola, una subida intensa con cemento rallado pero corta tras la que llegamos a Cofrentes. Por fin con el sol calentando nuestra espalda y con las vistas a su castillo, construído sobre roca volcánica en los acantilados formados por el río Cabriel, empezaba un tramo rodador por el cauce del mismo hasta afrontar la subida de Casas del Río.

Era el turno para el terreno agrícola y los campos de viñedos de la Plana de Utiel-Requena. Otro tramo rodador que nos llevaría hasta Utiel, donde ya entrado el mediodía hicimos la segunda parada para comer “algo de verdad” y quitarnos el sabor dulce de las barritas y geles que nos habían mantenido con energía durante las últimas horas.

Salvando la tarde

Ya nos habíamos mojado bastante en la primera mitad del día y salimos de Utiel con el aviso de Andrei, organizador de Graval junto a Giulia, de que había alerta por tormentas y granizo para la tarde justo en las zonas por las que teníamos que pasar. Nos aseguramos de que la chaqueta de lluvia y el plumífero estaban a mano para cualquier emergencia y reanudamos la marcha hasta el segundo punto de control, el Embalse de Benagéber.

En este control no había ninguna población, pero la bonita subida a La Mataparda bordeando parte del embalse, con Andrei animándonos en una de las curvas, fue una buena recompensa para seguir disfrutando de un recorrido que ya nos venía sorprendiendo desde los primeros kilómetros y al que aún le quedaban muchos puntos destacados.

Descendimos hasta Tuéjar siguiendo en dirección Chelva donde, tras un giro de 90 grados a la izquierda, empezamos la subida a uno de los puertos más duros de la ruta: El Remedio. Con 6 kilómetros, una pendiente media por encima del 7% y varias curvas de herradura, fue un momento clave para dosificar las fuerzas y comprobar cómo estaban nuestras piernas en la que ya hacía unos cuantos kilómetros que se había convertido en nuestra salida más larga en bici hasta la fecha. Al parecer, estaban bien.

Coronado El Remedio aún quedaban algo más de 30 kilómetros por carreteras siempre en ligero ascenso y con algún que otro repecho hasta Arcos de las Salinas. Un tramo que se nos hizo largo por el cansancio acumulado de todo el día y por un dolor en la rodilla derecha que había aparecido tras el esfuerzo en las duras rampas de El Remedio. Sin embargo, conseguimos mantener el dolor a raya y llegamos a Arcos de las Salinas con el anochecer y habiendo salvado la tarde sin las tormentas de las que nos habían avisado horas atrás.

Esta localidad daba inicio al primer gigante de la ruta, la subida al Picón del Buitre (1.956m). Un puerto de casi 12 kilómetros al 7,5% de pendiente media, con kilómetros enteros al 10% y rampas máximas del 16%, que ha sido final de etapa en varias ediciones de La Vuelta a España. Sin embargo, la hora a la que llegamos unida al dolor en la rodilla y a que la subida empezaba justo en la puerta de un bar y un hotel nos hizo decantarnos por parar a cenar, ducharnos y descansar unas horas antes de continuar. 307 kilómetros era una buena cifra con la que cerrar el día.

El día de los gigantes

El despertador sonó algo antes de las 6 y, casi sin haber despertado aún, ya estábamos subidos de nuevo en la bici buscando la cima del Picón del Buitre. En las primeras rampas duras volvió a aparecer el dolor de rodilla con el que habíamos llegado el día anterior. Y aunque por momentos parecía que todo lo que quedaba por hacer ese día iba a ser imposible con ese dolor, tratamos de concentrarnos en la subida y dejar ese problema para más tarde.

Tras un pequeño descanso, llegaban los últimos 5 kilómetros de la subida, en la que rara vez se veía el desnivel por debajo del 10%. Sin embargo, los ánimos de Javier, el fotógrafo de Graval que había madrugado para inmortalizar nuestra subida, unido a que ya se empezaba a intuir la cima y el amanecer, nos dieron las fuerzas necesarias para llegar hasta el Observatorio Astrofísico de Javalambre, tercer punto de control de la ruta.

Ya en el Observatorio, paramos unos minutos para disfrutar de un amanecer espectacular mientras nos poníamos algo más de ropa para no pasar frío en la rápida bajada de vuelta a Arcos de las Salinas.

Durante la subida nos habíamos dado cuenta de que se había movido una de las calas, lo que nos hacía llevar un pie en una posición algo forzada y sospechábamos que podía ser el motivo del dolor de rodilla. Sacamos la multiherramienta para ajustarla, y además, charlando con Guillermo, participante en la modalidad de parejas junto a su compañero Juan, nos ofreció algo de crema antiinflamatoria. No sabemos si fue la cala, la crema o ambas cosas, pero a partir de ahí el dolor desapareció por completo. ¡Gracias Guillermo!

Salimos hacia Mora de Rubielos con unos paisajes que dejaban atrás la alta montaña para dar paso a prados verdes rodeados de colinas en un día que, con el sol calentando desde primera hora de la mañana, poco tenía que ver con el anterior. De camino pasamos por Torrijas y Manzanera, dos pequeñas localidades en las que apenas giramos la vista, pues el plan era parar en Mora de Rubielos para tomar un almuerzo.

Un par de horas después ya estábamos sentados disfrutando de unos buenos bocadillos y la dosis necesaria de cafeína para afrontar el segundo gigante del día: el encadenado de puertos de San Rafael y Peñarroya. Een total, 27 kilómetros y 1.000 metros de desnivel positivo, que nos llevarían hasta la estación de esquí de Valdelinares, la cima Coppi de esta Graval Road a 1.961 metros de altitud.

A partir de aquí, aunque aún tuvimos que hacer frente a algunas ascensiones cortas como el Puerto de Linares y el Alto de Villamalefa, fueron casi 100 kilómetros de largas bajadas y carreteras muy rodadoras hasta Onda. No podemos dejar sin mencionar a Puertomingalvo, un pequeño pueblo medieval en el que únicamente encontramos una panadería abierta que fue un oasis para reponer fuerzas de camino a Onda.

De vuelta a la ciudad del Turia

Salimos de Onda para entrar directos en el corazón de la Sierra de Espadán, un paraíso verde en el que afrontamos los puertos de moderada pendiente de Aín y Eslida. Estos discurrían entre bosques de alcornoques, barrancos profundos y bonitos pueblos que hacían olvidar que ya llevábamos más de 500 kilómetros en las piernas.

Tras coronar el puerto de Eslida, comenzamos un descenso que nos llevaría por varias localidades como Chóvar y Azuébar, dejando atrás esta sierra y acercándonos a carreteras nacionales en las que el ruido de tráfico nos hacía pensar que la aventura estaba llegando a su fin.

Sin embargo, aún quedaba un último giro para volver a alejarnos del tráfico y quedar a los pies del Puerto de l’Oronet. Una subida de rampas suaves muy apreciada y frecuentada por los ciclistas valencianos que nos haría atravesar, ya de noche, la Sierra Calderona. Desde su cima, ahora sí, era todo bajada.

La primera localidad que encontramos fue Serra, desde la que empezamos a lidiar con el tráfico que, aunque no era demasiado, nos sacaba de golpe del sueño que habíamos vivido durante los últimos dos días. Seguimos encadenando localidades hasta la entrada a Valencia, meta virtual de Graval Road, en la que parábamos el crono a punto de cumplir las 42 horas desde la salida. Solo quedaba un recorrido urbano de unos kilómetros por carril bici hasta la Ciudad de las Artes y la Ciencias, donde Andrei y Giulia nos esperaban para entregarnos nuestra medalla de finishers.

Ya tumbados sobre el césped de la llegada y pensando en los 600 kilómetros que habíamos recorrido desde el día anterior, podemos confirmar que Andrei y Giulia han hecho un gran trabajo consiguiendo crear un recorrido 100% de asfalto con la misma esencia de aventura y libertad que encontramos en sus eventos off-road.