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SB Hotels La Garba 2025: Arrasados por Lo Voltor, literalmente

Este año, la mayoría de los eventos de gravel a los que nos hemos inscrito se centran en la larga distancia, y entre ellos teníamos muchas ganas de participar por primera vez en La Garba, que en su quinta edición ofrecía una distancia adicional cercana a los 500 kilómetros. Éramos conocedores del saber hacer del organizador y del buen ambiente que se vive, por lo que nos unimos a los más de 1.000 participantes que inundarían las Terres del Ebre durante el último fin de semana de marzo.

El naming partner del evento es SB Hotels, así que optamos en alojarnos en su hotel de Tortosa para asegurarnos que tanto bici como cuerpo estuvieran listos para lo que estaba por venir. Aparcamiento para bicicletas, taller y zona de lavado son algunos de los servicios ciclistas que ofrecen, complementados por el resto de lujos propios de un hotel de cuatro estrellas.

Apenas dos paradas de tren nos separaban de la salida en la zona deportiva de l’Ampolla, por lo que pudimos desayunar sin prisa, más aún sabiendo que la hora de salida eran las 11:30 de la mañana. Sin duda un horario poco habitual en eventos de ultra distancia, pero todo estaba planificado para que el groso de los participantes pasara por una determinada zona de día. Además, la quinta etapa de la Volta a Catalunya circulaba por la zona y se tenían que evitar posibles cortes de carretera.

Previo al inicio se realizó un extenso briefing en el que Ramón, el organizador, explicó al detalle el recorrido. Ver el track de Lo Voltor en una pantalla enorme, con sus 500 km y 9.000 metros de desnivel, fue un poco imponente. Este recorrido se había mantenido en secreto hasta un par de semanas antes del evento, y a última hora se nos envió una versión actualizada ya que las constantes lluvias de las semanas anteriores impedían el cruce del río Matarraña.

Ramón insistió en que Lo Voltor se trata de un viaje en bici sin afán competitivo, y sugirió un itinerario que dividía la distancia total en tres para así dormir dos noches y llegar de vuelta a l’Ampolla el domingo. La mayoría de los 100 inscritos tenía otras intenciones, pero es de agradecer el apoyo y consejos recibidos pese a tratarse de un evento de autosuficiencia.

Éramos conscientes del impacto que la meteorología iba a tener durante todo el fin de semana. El viento no es un factor desconocido en la zona cercana a la desembocadura del Ebro, pero concretamente el viernes y sábado, cuando las distancias más largas de La Garba tenían lugar, había alertas por fuerte viento constante y ráfagas por encima de los 100 km/h.

Por este motivo, y ya que rodar en grupo estaba permitido, queríamos permanecer resguardados en la medida de lo posible, pero nada más salir, el grupo cabecero marcó un ritmo que desestimamos seguir. Tampoco hubo muchos que siguieran nuestra rueda, así que no tardamos en encontrarnos solos con todo lo que había por delante.

Queríamos crear contenido en ruta, pero también teníamos que asegurarnos que llevar todo lo necesario para afrontar un reto de este estilo. Las bolsas de bikepacking contenían herramientas, comida y un set minimalista de manta térmica y alfombrilla hinchable para dormir. Nuestra cámara full-frame iba colgando de nuestra espalda, y por encima llevábamos el chaleco de hidratación. Todo un puzzle logístico.

El primer cuarto del recorrido nos llevó por caminos de todo tipo en la Sierra de Cardó. No tardamos en alcanzar a varios de los integrantes iniciales del grupo cabecero, que se habían dado cuenta de que el ritmo inicial era incompatible con la distancia restante. Rellenamos bidones por primera vez en el kilómetro 78, en Rasquera, antes de iniciar la bonita subida del Port de Cardó, principalmente asfaltada. Tras pasar por el Monasterio de Sant Hilari de Cardó, la superficie volvió a ser gravel poco antes de coronar. Una vez al otro lado, las vistas seguían siendo impresionantes, pero teníamos que centrarnos en lo que había dos metros por delante, ya que en el descenso había mucha piedra suelta.

El paso por el kilómetro 100 coincidió con el primer encuentro con el río Ebro, que lucía más caudaloso que de costumbre. Seguidamente, hicimos frente a varias ascensiones que llevaron el nivel acumulado hasta los 3.500 metros antes de llegar a Bot. Desde ahí nos metimos en la vía verde y sus múltiples túneles, donde nos dimos cuenta de que ya habíamos circulado en bici por ahí durante un pasado episodio de The Raw Stories, aunque en sentido contrario.

La primera parada larga fue en Lledó. Los propietarios del bar municipal eran conocedores del paso de Lo Voltor así que ofrecieron cenas hasta la 1 de la madrugada y habilitaron una sala para que quien quisiera pudiera pasar noche ahí. En nuestro caso llegamos sobre las 21:00, y pedimos un bocata de tortilla para comer y otro para llevar, mientras aprovechábamos para anticiparnos y cargar nuestros dispositivos electrónicos.

Creíamos que, por su localización en la ruta, todo participante pararía a reabastecerse, pero al preguntar a los propietarios, nos dijeron que éramos los primeros en entrar. Eso nos hizo pensar que había menos corredores por delante de los que creíamos, pero decidimos no mirar la clasificación y seguir a lo nuestro.

Después nos adentramos en el tramo más remoto y monótono de la ruta, bordeando la frontera entre Aragón y Catalunya para luego meternos de lleno en la comarca del Matarraña. No teníamos claro ni si parar a dormir ni dónde. Un albergue que nos habíamos marcado en el mapa no estaba abierto, y al pasar por una de las muchas construcciones abandonadas, vimos un cobertizo cubierto y la estructura de una cama en su interior, así que ahí nos tapamos con la manta térmica para intentar echar una cabezada.

Ya sea por falta de experiencia en esto de dormir a la intemperie, por el viento que nos impedía entrar en calor, o por la cafeína que habíamos consumido, no fuimos capaces de dormir. Antes de las 03:00 ya estábamos pedaleando de nuevo, y el bocata de tortilla que teníamos planificado comer una vez se hiciera de día fue engullido antes de tiempo.

Durante los siguientes 75 kilómetros la ruta nos llevó en dirección sur, por lo que teóricamente el viento nos daría un empujón extra más que bienvenido. Si bien no podemos negar que mayoritariamente se sintió como viento a favor, fueron múltiples las ocasiones en las que casi caemos de la bici por una repentina ráfaga.

Llegamos a Valderrobres a las 06:00, justo antes de que abrieran las panaderías, así que tuvimos que tirar de máquina expendedora. Varias bolsas de galletas nos dieron un breve booster moral, pero la deshidratación causada por pasar toda la noche sin agua debido a la pérdida de un bidón lleno en el peor momento, comenzó a pasar factura.

Ya llevábamos muchos kilómetros en ligera tendencia ascendente, y llegó un momento en el que íbamos tan justos de fuerzas que a la mínima poníamos el piñón más pequeño. Comenzamos a barajar la opción de abandonar, pero viendo que el camino más rápido hasta la meta era siguiendo el track, avanzamos un poco más.

Fue al llegar al inicio del ascenso asfaltado a Fredes cuando descartamos seguir en dirección al Mont Caro. Era el kilómetro 380 de 500, y apenas 25 kilómetros nos separaban del punto más alto de la ruta, desde donde se iniciaba un largo descenso hasta l’Ampolla. Sin embargo, ni cuerpo ni mente estaban por la labor de seguir sufriendo, y el viento en esa zona expuesta era más fuerte de lo que estábamos dispuestos a tolerar. En ese momento estábamos en sexta posición.

Aun así tuvimos que recorrer 50 kilómetros adicionales por un camino alternativo para llegar a l’Ampolla y al menos, disfrutar del ambiente y el plato de paella con el que todo participante fue recompensado. Al llegar, el primer finisher de Lo Voltor ya estaba allí. Sergio Molinero completó el recorrido en 25 horas y 27 minutos. Su tiempo parado fueron menos de 40 minutos. Mientras recuperábamos fuerzas también llegó la primera mujer, Bianca Datola, justo por encima de las 30 horas en movimiento.

En meta se juntaron los primeros finishers de Lo Voltor y Lo Flamenc con el groso de participantes de La Cabra y Lo Cabrit, a los que hay que sumar todos los acompañantes. Se respiraba un ambiente genial, que incluso nos subió el ánimo a nosotros, que estábamos bastante tocados anímicamente.

Sin duda volveremos, pero esta por ver si para acabar lo que no terminamos, o si para disfrutar de las rodadoras pistas de gravel del Delta del Ebro a través de otro de los recorridos ofrecidos. De una forma u otra, La Garba pasa a tener un sitio fijo en nuestro calendario.