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DARIEN. Una experiencia de una vez en la vida.

Hace unos meses tuvimos la suerte de entrevistar a Lucas Brunelle y hablar sobre su última gran aventura, The Darien Gap, un viaje inolvidable en el que Lucas, Chas, Austin y Manuel, cruzaron junglas, visitaron aldeas indígenas, atravesaron ríos y, sobretodo, pedalearon horas y horas para cruzar esta zona tan peligrosa que separa Panamá y Colombia.

En esta ocasión, el fotógrafo Manuel Vélez, nos relata la historia en primera persona de lo que fue un viaje que él mismo define como: «una experiencia única en la vida».

DARIEN by Manuel Vélez

El pasado mes de marzo recibí una llamada de mi amigo Austin Horse para preguntarme si quería unirme a él, a Chas Christiansen y a Lucas Brunelle en un viaje en bicicleta por Panamá y Colombia. Sin preguntar mucho detalle, le dije: “sí”.

Acto seguido, me llamó Lucas, quien me dio más información. La idea era cruzar en bicicleta una jungla entre Panamá y Colombia, zona que, personalmente, no sabía ni que existía. ¿Lo primero que me vino a la cabeza? Cuatro ciclistas secuestrados por la guerrilla. Con tantas historias que se escuchan…uno no sabía que pensar. Pero bueno, es de esas decisiones que no puedes parar mucho a pensar. Hay tantas cosas que pueden ir mal que, si le das muchas vueltas, te quedas en casa, y eso no era una opción.

Lucas había hecho su research y fue unos meses antes para orientarse, logró planificar seguridad y comida, entre otros detalles. Así que, unos días después de aceptar la invitación, llegábamos a Panamá, montamos las bicis en el aeropuerto y arrancamos nuestra aventura que se extendería durante dos semanas.

Salimos de la capital hacia Yaviza, el último pueblo en Panamá antes de la Región del Darién. Aquí pasamos la noche y le dijimos adiós al coche. Al día siguiente, nos levantamos temprano, compramos machetes y cargamos todo nuestro equipaje en una canoa con la que nos encontraríamos dos horas más tarde río arriba.

Cogimos nuestras bicis y arrancamos por un camino de tierra como si fuera una carrera, sin tener idea de a dónde íbamos. Después de una hora pedaleando, el camino que seguíamos llegó a su fin. Según el GPS que llevaba Lucas, estábamos apenas a una milla del punto de encuentro, pero no había forma de ir en línea recta por la densidad de la jungla. Caminamos cargando las bicicletas durante cuatro largas horas y, por fin, conseguimos encontrarnos con el capitán y su canoa. Con él, continuamos río arriba hacia el sector Boca de Cupe, donde dormiríamos. Esa noche reflexionamos. Teníamos que ser más inteligentes. Estar deshidratados en un lugar desconocido es desesperante y no podía repetirse más esa situación durante el viaje.

Al levantarnos, continuamos río arriba hacia Paya, un pueblito indígena que sería nuestra última parada en Panamá. Para hacer nuestra travesía en bicicleta, preguntábamos a los indígenas acerca de los caminos. Nuestra meta era realizar el mayor trayecto posible pedaleando.

Era importante hacer los recorridos en el menor tiempo posible, evitando en la medida de lo posible, un encuentro con las Fuerza Armadas Revolucionarias de Colombia, las «FARC». Aunque esta guerrilla está bastante controlada, en esta zona, por el ejército panameño, nunca descartamos la posibilidad de toparnos con ellos.

Pasadas unas horas subidos en la bici, decidimos volvernos a montar en la piragua y seguir río arriba durante diez horas. Llegamos de noche a Paya y todos los niños de la aldea fueron corriendo, curiosos, hacia nosotros, queriendo cargar con nuestras cosas.

En Paya nos quedaríamos durante dos noches. Queríamos tener todo claro antes de comenzar la intensa caminata que nos esperaba. Hablamos con el jefe de la tribu para que nos orientara sobre cómo llegar al próximo pueblo, ya en Colombia.

Aprovechamos nuestro tiempo allí. En Paya solo hay una bicicleta, tenía las gomas rotas desde hace varios años y es propiedad del hijo del jefe. Chas, Austin y yo le arreglamos la bicicleta al muchacho. En agradecimiento, esa noche, el jefe nos preparó una cena en su casa.

Las tribus indígenas en Panamá tienen presencia militar. Hay cuarteles donde viven militares con turnos de tres meses, que patrullan el área para minimizar el tráfico de droga y la presencia de las FARC. Las dos noches en Paya, dormimos en la base de los militares, quienes nos pidieron que durmiéramos allí ya que se sentían responsables de nosotros. Gente buena.

Salíamos de madrugada de Paya, un par de días después desde nuestra llegada. Los guías que conseguimos en la aldea nos explicaron que la travesía que debíamos seguir hacia nuestro próximo pueblo (Cacarica) duraría dos días. Sin embargo, si llegábamos a la frontera con Colombia antes de mediodía podíamos seguir para tratar de hacerlo antes que oscureciera. Para nosotros era muy importante completar el trayecto en ese tiempo.

Aunque sabíamos que dormir en medio de la jungla era una posibilidad, queríamos intentar pasar esa zona lo más rápido posible. La idea de ser interceptados por las FARC siempre estaba en el ambiente.

La caminata nos llevó 12 horas y 30 millas de jungla por veredas, casi inexistentes, por las que pasan migrantes desde el sur buscando llegar a Estados Unidos. Nos encontramos con un grupo que iba escoltado por colombianos con rifles. Se creó una situación algo tensa cuando uno de los hombres armados vio las cámaras que Lucas llevaba en su casco. Por suerte, pudimos aclararlo y continuar sin problemas.

Para hidratarnos, recogimos agua empozada, rastro de lo que había sido un río. Usamos pastillas de yodo para matar las bacterias y así poder beberla sin correr riesgos.

Llegamos a la frontera de Colombia antes de mediodía, lo que nos motivó a seguir para llegar antes de la noche. Seis horas más tarde, cargando con la bicicleta y bultos de 40 libras, llegamos al pueblo colombiano de Cacarica. La acogida que nos dio la tribu del área también fue muy buena. Nos cocinaron tan pronto llegamos y nos permitieron acomodarnos y dormir.

El plan era salir al día siguiente, pero estábamos muy cansados y yo tomé la mala decisión de usar unos zapatos que nunca había usado antes para caminar, por lo que terminé con los pies llenos de ampollas. Decidimos quedarnos un día más para recuperar energías y coordinamos para salir al día siguiente, nuevamente en canoa.

Por la mañana conocimos a más gente de la tribu. Los niños jugaron con nuestras bicicletas y nosotros nos tiramos al río. Mientras nos tomábamos un café, dos individuos armados pasaron por la aldea. Estos llevaban AK-47 en vez de rifles. Se nos quedaron mirando fijamente y se sentaron en un banco; no siguieron su camino. Rápidamente, los de la tribu nos dijeron que debíamos salir de allí en ese instante. Prepararon todo, nos montamos en la piragua y, cuando estábamos a punto de arrancar, uno de los hombres armados se le acercó al capitán. Este puso cara de preocupado y sentí que la peor pesadilla estaba a punto pasar. Afortunadamente, pudimos salir.

A los diez minutos de salir de Cacarica, se dañó el motor de la canoa. Estuvimos un rato parados hasta que consiguieron repararlo y pudimos continuar.

Pasamos horas en la canoa, empujándola cuando pasábamos por mangles que nos enterraban hasta la cintura, para llegar a Puente América, una comunidad en la orilla del río. Aquí estuvimos dos horas y seguimos a Río Sucio.

Aquí finalizó nuestra travesía en la selva. Pasamos luego a las ciudades colombianas de Medellín y Bogotá.

Me pareció interesante como estas tribus quieren el desarrollo de esta carretera que una a Colombia y Panamá, que pasaría por Puente América. Los nativos defienden y mantienen sus tradiciones, pero quieren tener acceso a la civilización mientras intentan mantener su cultura y costumbres intactas. No sé si esto sea posible. Con la llegada de la civilización creo que se perderían mucho lo que tanto cuidan. Esa inaccesibilidad es lo que les mantiene la cultura.

En Medellín y Bogotá tuvimos percances con nuestros pasaportes y nos amenazaron de deportarnos. Al entrar por la jungla no pasamos por ningún puesto de cotejo y al pedirnos nuestros pasaportes y no tener sello de entrada en Colombia nos convertía en ilegales. Nada, que no se pudiera negociar.

Terminamos en Bogotá en una carrera Alleycat por la ciudad, que tenían preparada para nuestra llegada.

Hice nuevos amigos y se crearon vínculos más fuertes con viejos amigos.

Una experiencia de una vez en la vida.

Vídeo Off the grid (by Lucas Brunelle)

Algunas fotos del viaje:

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